La Cuba de Abraham Jiménez

De los tiempos de Fidel Castro ha pasado mucho ya. La vida en la isla que protagonizó una serie de protestas históricas hace tan solo dos semanas cuenta con relatos llenos de contrastes. Entre triunfos, anhelos, carencias y sueños, el periodista cubano cuenta la suya en una entrevista exclusiva para Nexos.

Son las 9 de la mañana en La Habana. Al otro lado de la pantalla, Abraham Jiménez ya se ha terminado el contenido íntegro de la cafetera que se prepara todos los días antes de salir a trabajar. Probablemente haya otra al final de la jornada, pero asegura que, después de tantos años haciendo periodismo ‘clandestino’ en la isla, el café por las noches no le quita el sueño. El cansancio es ineludible. “Tomo mucho café”, cuenta por la videollamada de WhatsApp. “Empecé en el último año de la universidad, mientras cursaba la tesis”, y sonríe ante el recuerdo. Esa fue la época de Rodolfo Walsh, de Gay Talese y de Truman Capote, los autores que le hicieron descubrir una forma diferente de ejercer el oficio que quiso desde que era niño, cuando narraba los partidos de fútbol de su barrio. “En realidad yo quería ser comentarista deportivo, relataba los juegos de la calle y en casa me sentaba al lado de la radio para seguir la narración. ‘Estás loco’, me decían”, recuerda entre risas. “El único camino era el periodismo, pero cuando ingresé a la carrera me di cuenta que mi dicción no era buena y que me ponía nervioso frente a la cámara, así que no me quedó otra que ponerme a leer”. El periodismo narrativo lo cautivó, y teniendo A Sangre Fría como principal referente, empezó a escribir deportes por primera vez en una revista local. “Ese libro tiene un valor sentimental para mí, me hizo darme cuenta que se podía hacer una prensa distinta a la que veía normalmente en los medios”, agrega.   

Abraham Jiménez hoy tiene 32 años, es columnista en la revista Gatopardo (México y Colombia), escribe para The Washington Post (Estados Unidos) y, ocasionalmente, colabora con otros medios de comunicación internacionales. Mientras su firma cruza fronteras gracias al talento y a los gajes de la virtualidad, su realidad física es distinta. En esos 32 años de vida, Jiménez jamás ha salido de Cuba. “Hay una lista negra de más de 200 personas que por razones políticas no podemos salir. Vivimos en una especie de prisión interna, nos podemos mover por la isla, pero no dejarla. Yo nunca me he montado en un avión. Nunca. Y todo por hacer periodismo”, cuenta.   

Si bien su labor periodística es constante, en los últimos días su nombre ha figurado más de lo usual. Como escritor y también como entrevistado. Y es que el pasado domingo 11 de julio, por primera vez en casi tres décadas, miles de cubanos tomaron las calles del país para exigir el fin de la dictadura. El mundo entero puso los ojos encima de la isla que desde 1959 no conoce lo que son unas elecciones democráticas. Al día siguiente, el lunes 12, Jiménez explicó en su columna del Washington Post el hartazgo que sentía la nación por el régimen hoy encabezado por Miguel Díaz-Canel, cuya gestión durante la pandemia hundió a la isla en un nivel de precariedad y escasez nunca antes vista. Pero lo que inició aquel domingo en 50 lugares del país no se ha podido volver a repetir. Y si bien las protestas han cesado, el descontento sigue. “El gobierno ha desatado una ola represiva demasiado violenta, las cifras aún no son definitivas porque hay un golpe al internet del país, pero se habla de más de 5,000 detenidos y personas desaparecidas”, cuenta el periodista. “Han tomado las calles a un nivel que parece un país en guerra, y han sacado a sus partidarios, a los que trabajan para el Estado o lo que ellos llaman ‘los revolucionarios’ – que forman parte del partido comunista – a manifestarse en las calles a favor del gobierno y a proclamar en contra del bloqueo, del embargo”, explica. “Por eso viene la confusión”.

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El 2016 fue un año particular. El internet era la novedad y Cuba se puso de moda. Llegó de visita Barack Obama y los Rolling Stones brindaron el histórico concierto de Havana Moon, que convocó a más de medio millón de espectadores en el corazón de la isla. El boom de la red trajo consigo nuevas formas de consumir información y, con ello, nuevas iniciativas. Fue así – y con la represión como impulsor determinante – que Jiménez y un grupo de amigos decidieron fundar El Estornudo, la primera revista digital dedicada exclusivamente al periodismo narrativo. El gobierno había dispuesto pequeñas antenas con conexión wifi en las plazas públicas, en los parques y en las calles. Y esa se convirtió en su oficina. “Tenía un ritual: todos los días por la mañana y todos los días por la tarde. Me tenía que sentar en el suelo, en un banco o recostarme en un árbol. A veces llovía, a veces hacía un sol insoportable, y así era como en un inicio hicimos la revista”, recuerda. “Y dio la casualidad que cuando salimos no había otra publicación que hiciera el tipo de periodismo que hacíamos nosotros, que contara Cuba de esa manera. Eso llamó la atención de medios internacionales y así empezaron a llamarme”, cuenta el periodista. En la isla hay muchas limitaciones, tanto profesionales como logísticas, por eso siempre se propuso intentar escribir para afuera. “Era para probarme y ver cómo era el trabajo más profesional, cómo era la relación con los editores. Eso siempre lo hice en paralelo”, agrega. Ese merecido reconocimiento tendría un costo.

“Como un año y tanto después de nosotros nacer es que me ocurre el primer encontronazo con el gobierno. Me llamaron por teléfono de un número desconocido, me dijeron que era la seguridad del estado y que necesitaban hablar conmigo. Yo, ingenuo, les dije que no estaba en casa, y se aparecieron frente a mí. Me metieron a un carro, me quitaron mi laptop, mi teléfono, y me metieron a un cuarto de interrogatorio durante 11 horas. Ahí me amenazaron, me dijeron todas las cosas que yo hacía a diario para dejarme claro que me perseguían y me tenían intervenido el teléfono. 11 horas, ¿cuántas cosas no se pueden hablar en 11 horas?”, rememora Jiménez. Tenía 27 años en ese entonces, y recuerda como si fuera ayer la paranoia que lo acompañó durante todo el día. “Cuando salí de casa era de día, y cuando llegué, a la noche, vi que la luz estaba prendida. Inmediatamente asumí que se habían metido ahí, pero me acordé que justo cuando salí teníamos un apagón”, termina riendo. Poder sacar un pedazo de comedia de aquella anécdota debe ser una virtud.

Si ahora le preguntan, Jiménez dice que ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha sido detenido, interrogado y amenazado. Ante los ojos internacionales eso sería visto como un secuestro, pero en la isla no hay a quién denunciar. Ser periodista independiente en un país sin libertad de expresión es un reto constante, es igual que ser un opositor. “Te muestran como un mercenario, como un terrorista”, señala Jiménez. “En Cuba todas las emisoras de radio, los canales de televisión y los diarios son del Partido Comunista. Los medios de comunicación lo que hacen es propaganda y publicidad política todo el tiempo a favor del gobierno”, explica. Es por eso que criticar al gobierno públicamente te convierte en el enemigo. “En la calle la gente te reconoce como tal, es una suerte de asesinato civil”.

Cuba es una dictadura

Ese fue el titular de un texto que Abraham Jiménez publicó a mediados de marzo del presente año en Gatopardo. Inicia explicando las formas y peculiaridades de lo que fueron algunas de las dictaduras más memorables de los últimos tiempos: ahí tienes a Videla, a Franco, a Pinochet. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian con la realidad cubana? ¿Es necesario matar a montones en las calles para recién considerar que existe una dictadura? Algunos teóricos, quién sabrá si por conveniencia o necesidad, se niegan a calificar la isla caribeña como lo que es: un régimen totalitario con un solo gobierno, un solo partido, una sola fuerza política que es dueña de todo el país. “Este es un lugar donde salir a la calle tan solo con un cartel te puede costar la cárcel, por eso la gente no lo hace. De ahí la preponderancia de esto que acaba de ocurrir. El arte es censurado. Canciones y libros no pueden circular en el país si son de determinada línea política, y si te atrapan te pueden llevar preso”, cuenta. El Movimiento San Isidro es un ejemplo de un grupo artístico contestatario. Así, entonces, Jiménez señala que no es necesario asesinar a alguien. El miedo que infunden las fuerzas del orden es suficiente para mantener a un pueblo callado, y, de última, “al que incomoda se le desaparece”.

Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, también se pronunció después de las protestas. En sus declaraciones exhortaba al gobierno cubano a respetar el derecho a la protesta y pedía que vuelva la conectividad en el país. ‘Que el internet es un derecho y no un lujo’ es la frase que más se recuerda de aquel discurso, y por ello no sorprende que muchos lo consideraran tardío e insuficiente. “Él ha hecho caso omiso a lo que sucede acá, ha dejado todas las medidas que la administración de Trump había tomado. Había prometido volver a los tiempos de Obama y ni siquiera ha hecho eso”, señala Jiménez. “Hubo un movimiento fuerte de la comunidad cubana en la Florida, intentando llamar la atención al gobierno [de EE.UU.] y pedir que intervenga militarmente en Cuba”, comenta. Y si bien salieron senadores y otros personajes políticos a señalar que esta no es una posibilidad, lo cierto es que muchos ciudadanos en la región, que no viven en Cuba, han estado pidiendo lo mismo estas últimas semanas. “Me parece una cosa estúpida, absurda y loca. Porque los que estamos aquí para nada queremos una intervención militar, nadie quiere una guerra”, finaliza Jiménez tajantemente. 

531 kilómetros separan a la isla del país norteamericano, y sobre su dinámica hay una historia eterna. Para Abraham, sin embargo, la relación con Estados Unidos representa mucho más que un conflicto político. Ahí están todos sus amigos, desde los del barrio hasta los de la universidad. “Yo me voy a Miami y sería como irme a otro municipio de La Habana. Estaría como pez en el agua”, ríe. “Pero por lo que he oído y he visto, es un estilo de vida que no creo poder sobrellevar. Igual no la conozco, pero por lo que he escuchado, no podría vivir con ese salto y con esa rapidez”, agrega.

Un país sonoro

Es el país de las historias de Hemingway, de los desvencijados almendrones de los años ‘50, de los tabacos y los rones, de Buena Vista Social Club cantando boleros y salsas. Es el país con resorts de lujo y cuyos habitantes no pueden gozar de la fascinación que tiene un turista al ver una ciudad atrapada en el tiempo. Es un país al cual el internet móvil llegó en el 2019, y donde 400 megabytes cuestan alrededor de 5 dólares. Pero la mística y el romanticismo que importa el cine y la literatura es diferente para quienes residen en Cuba. “Ahora casi todo está cerrado, pero antes, pese a las penurias y la escasez, todo el tiempo había música, y veías a la gente con sus puertas abiertas a la calle y hablando”, cuenta Jiménez.

Él ha nacido y vivido siempre en La Habana, conoce la ciudad al derecho y al revés. “La gente que se va de Cuba dice que lo que más extraña es la relación con el vecino. De pronto yo estoy aquí y me pueden tocar la puerta, y es el de al lado que me pide un poco de azúcar, un poco de sal, una caja de fósforos”, añade. El cariño que se tiene la gente en la isla de 11 millones de personas tiene una particularidad. “El mar es una cosa fundamental acá en Cuba, esa sensación de estar rodeados por él y estar solos, porque no tenemos frontera con nadie. Creo que eso nos define mucho, nos ha hecho crearnos una identidad. En algún sentido, no nos parecemos a nadie”, explica.

El internet ha ayudado a ponerle un rostro a la gente que cuenta Cuba. Si bien Jiménez no cree que lo conozcan mucho, tuvo dos encuentros peculiares con quienes cree que serían sus lectores. El primero se dio mientras se tomaba una cerveza con un amigo periodista. Un hombre vino por detrás, los saludó y solo atinó a felicitarlos por lo que estaban haciendo. La segunda vez estaba solo. Había terminado de correr y captó la mirada incisiva de un hombre a unos metros de distancia. Inmediatamente asumió que se trataba de un agente de seguridad que se lo llevaría detenido. Tras unos segundos de tensión entre miradas, el hombre se acerca y le dice algo muy parecido: ‘valoro mucho su trabajo’. “Lo curioso de todo eso es que la gente dice “sigue haciéndolo”, pero no menciona específicamente lo que hago”, ríe. “Es como Voldemort, ¿no? Lo que no se puede nombrar”.

El gobierno, sin embargo, es rápido para detectar estas cosas. El Estornudo fue bloqueado de la web hace unos años, y tiempo después Gatopardo también. “Es como si te dijeran ‘no solo te vamos a perseguir, sino que donde tú escribas, los cubanos tampoco van a poder leerte’”, señala Jiménez con indignación. “The Washington Post en cualquier momento lo bloquean”, agrega. La mayoría de accesos que él necesita se deben hacer a través de un VPN.

Al preguntarle al periodista si quisiera salir de Cuba, la respuesta es un sí inmediato. “Quiero ponerle rostro a todo eso que he leído y he visto en películas y documentales, eso que la gente me habla. No he visto otra realidad que no sea la cubana en 32 años, y eso es sumamente triste. Eso también va en contra de uno como ser, ¿sabe’?, el conocer, el descubrir. Como ciudadano del mundo, es necesario”, me dice. No está en sus manos montarse un avión e irse, por el momento está impedido de siquiera acceder a un pasaporte. Si lo dejan salir, asegura que estará un buen tiempo fuera. “Llega un punto en el que, por más que yo tenga una responsabilidad social con contar este país y con el periodismo…  uno también se tiene que proteger, cuidar su salud mental y a la gente que lo rodea. Todo suena muy bonito cuando uno lo escribe y lo dice, pero nadie está en mi cabeza. No saben cómo me siento. Entonces sí, si me dejan, me voy a ir. Igual es una cosa súper loca porque nunca he estado fuera, no sé cómo será la vida afuera, y pese a toda la locura que he vivido en Cuba pienso mucho en lo profesional, ¿ahora qué voy a hacer de mi carrera? Pero bueno, eso al final me imagino que es lo que se plantea todo el mundo, el inmigrante en general”, finaliza el periodista. “Será otra etapa de mi vida, otro reto”.

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