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Democracias en peligro: un análisis sobre la polarización política en América Latina

¿Qué razones impulsaron los últimos estallidos sociales de Latinoamérica? Cuatro analistas de la región desmenuzaron esta problemática en el Intermedio organizado por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima.

Las divisiones sociales y políticas han levantado muros en toda Latinoamérica. ¿Cómo llegamos a esta situación? Esta fue la pregunta central el miércoles pasado en el conversatorio ¿Qué nos está pasando? Polarización política y la difícil construcción de naciones democráticas en América Latina, organizado por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Nexos pudo conversar con los ponentes para profundizar aún más lo que implica este panorama y qué futuro, por ahora, podemos vislumbrar.

Vientos de tempestad

La primera variable para que la polarización se efectúe es la presencia de problemas sociales no resueltos. Así lo explica Manuel Alejandro Guerrero, Doctor en Ciencia Política y Director del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en una entrevista para Nexos. “El conflicto parte de situaciones no resueltas”, pero “en las democracias, el conflicto es lo propio” añade.

Por su parte, José Miguel Pereira, docente e investigador en Comunicación Social y Cultura en la Pontificia Universidad Javeriana, consideró para Nexos que lo que hay “es una historia de promesas incumplidas, de frustraciones, de exclusiones, de inequidad. Y la gente no aguanta más”. A esto añade que las sociedades a las que las mueve el conflicto, las luchas, los diferentes puntos de vista y los intereses, generan un contexto “multipolar”, según explica.

El asunto está cuando se “desconoce la validez y la legitimidad del problema” así como la “del grupo social que lo plantea”, como lo añade Guerrero. “La polarización es cuando yo, a la otra visión del mundo, simplemente, no le doy ninguna cabida. No le doy ninguna oportunidad”, desarrolla Javier Díaz-Albertini, sociólogo y docente de la Universidad de Lima, entrevistado por Nexos. Se construye, de esta forma, una lucha entre visiones y concepciones de la realidad, donde cada grupo plantea su propia realidad.

Es en estas situaciones de conflicto donde la democracia entra en vigencia. “En las democracias existen mecanismos y vías institucionales para canalizar ese conflicto”, anota Guerrero. Es un sistema que nace contemplando la necesidad de la mediación. Pero, como comenta María Teresa Quiroz, Doctora en Sociología y docente de la Universidad de Lima, a Nexos, “para ser democrático, tienes que ceder”. Y es justamente eso lo que la polarización no permite y no contempla. “La irracionalidad se ha colado en nosotros y se ha metido en el eje de las personas”, añade.

Así, como la democracia no es considerada como un mecanismo viable para evitar que los problemas trasciendan al conflicto y, en algunos casos, a la violencia extrema, lo institucional también es comprometido. “Las instituciones pierden relevancia porque estas se vuelven rehén de este discurso polarizante”, explica Guerrero. Hoy, en el contexto local, es clara la campaña de desprecio hacia el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), basándose, en gran parte, en desinformación e información falsa. “A mí lo que me importa es mi posición. La verdad se vuelve un bien escaso en situaciones así”, añade Díaz-Albertini.

El rol de la posverdad y la decadencia informativa

La posverdad es un concepto que define el fenómeno que ocurre cuando los hechos objetivos y racionales valen menos que aquellos emocionales y que las creencias personales. Es decir, creer en la verdad que cada uno crea, al margen de lo fáctico. Esto ha permitido que las noticias falsas y la desinformación sean tan efectivas en manipular la opinión pública, pero también han sido combustible para las mayores polarizaciones a nivel mundial.

A esto se le suma la libertad para comentar lo que sea que quiera cada uno a través de las redes sociales. Si antes era a través de la prensa y otros medios de comunicación que se conocían los hechos, hoy estos pueden ser presentados libremente, sin responsabilidad, por cualquier usuario. De esta forma, la “mediación que hacían los medios y los periodistas, entre el discurso de los políticos y la población en general, se ha fragmentado”, explica Guerrero. Y esto es aprovechado por aquellos que “tienen interés en fomentar un discurso de división, de odio”, añade. Además, “ya no le cree a los medios”, recalca Pereira.

“El riesgo es que la historia empiece a ser contada desde dos posiciones distintas y que símbolos que antes fueron de unidad, se conviertan, o sean utilizados de una manera partidista o de una manera partisana”, desarrolla Guerrero. Esto empuja a que, en un mundo donde lo racional ha quedado de lado, se pierda noción de los hechos y las masas sean más manipulables y, por ende, polarizables. Cuando se llegan a contextos de alta tensión, como lo estamos viviendo en Lima principalmente, el razonamiento también se hace más extremista. “Como estamos en una situación crítica, entonces yo agarro de cualquier cosa. Yo agarro de cualquier piedra que hay para lanzarla. Si es esta piedra que está manchada de caca de perro, qué importa. Yo la mando”, señala Díaz-Albertini.

Es en estos momentos donde la polarización deja de ser única al discurso y llega a desenvolverse en el enfrentamiento físico y destructivo. “Hay un intento de provocar violencia. Hay un intento por extremar la polarización. Porque esa violencia en la calle, con gente enfrentada, con fallecidos, puede llevar indudablemente a una intervención de otro orden”, analiza Quiroz ante el contexto nacional. De hecho, abiertamente se ha incentivado a que las Fuerzas Armadas tomen el poder en caso Pedro Castillo sea oficialmente el virtual presidente de la República. Este sábado, por ejemplo, tanto las agrupaciones de izquierda como de derecha han convocado a marchas multitudinarias en el Centro de Lima.

Así como la democracia se presenta como la alternativa saludable y pacífica para la resolución de conflictos, cuando esta es deslegitimada juntos con sus instituciones, las opciones son mucho más peligrosas. “Yo tengo la sensación que hay fuerzas extremas que están pensado que la violencia es la solución para parir una situación diferente”, arguye Quiroz. Por su lado, Pereira contempla que los estallidos se dan “cuando hay esta concepción de no respeto y no protección al derecho de la protesta”.

El camino que nos espera

Previamente, mientras olas de violencia se desataban en países vecinos, el Perú quedó inmóvil. Si bien el desencanto sudamericano compartía razones con las exigencias de grupos marginados en el país, no hubo un contagio de reacción. “En general, nuestra sociedad, salvo el ejemplo específico de un grupo terrorista como lo era Sendero Luminoso, es una mezcla de apática, resiliente, que, en el fondo, su preocupación día a día es sobrevivir”, comenta Díaz-Albertini al respecto. “Somos recios y aguantamos”, añade.

Si bien tenemos un nivel de informalidad excesivo, lo que implica que las acciones estatales no tengan un gran efecto directo sobre la gran mayoría de ciudadanos tiene otras explicaciones. “No solamente somos informales en la economía, somos informales en la manera de proceder, en nuestras conductas. Hay una mentalidad que no se ajusta a la regla, que no se ajusta a las normas”, explica Quiroz.

Esto conlleva a que la sociedad sea ajena, en gran parte, a las crisis políticas y económicas. Lo que implica que tampoco exista una reacción tan sólida en contra del manejo público, como alejamiento de la realidad política. Díaz-Albertini evalúa y explica que somos un país al que, con tal de que el Estado no se meta en su camino, se pretende mantener las cosas como están. Sin embargo, esto también significa que no hay un desarrollo parejo. “Ese abismo social sigue existiendo en el Perú”, añade Quiroz.

“Estamos acostumbrados a procesarlas [las crisis] nosotros. Y eso es así. Un país informal, un país autoconstruido, un país autoempleado. La conexión con el Estado es ambivalente”, resume Díaz-Albertini. Sin embargo, la pandemia ha profundizado más las diferencias sociales y el desenlace de la primera vuelta electoral nos ha dejado con dos agentes representantes de dos polos muy opuestos, que han hecho lo suyo y han cautivado la extrema polarización del Perú. Hoy, nos encontramos al borde de la violencia.

“Tengo la esperanza de que este país no llegue a eso”, reflexiona Quiroz. “Nos estamos jugando dos extremos. El de una violencia sin límite o un reencuentro con un acuerdo básico de algunos puntos que nos permitan caminar en los próximos años”, concluye. Por su parte, Díaz-Albertini considera que “se puede llegar a tal punto de la polarización que esta siga aumentándose. No es que la polarización sea una cuestión fija, sino que yo voy empujando [al otro] a posiciones más extremas”. El sociólogo también contempla que buscar la reconciliación antes del conflicto es crucial para nuestro desenlace como nación.

Por su lado, Manuel Alejandro Guerrero también reflexiona. “Soy optimista porque hay cambios”, dice con respecto a la decadencia de los medios de comunicación. Por el lado de la polarización, “eventualmente, esto se va a acabar. Eventualmente, este aparente ‘desorden’ va a ir canalizándose porque no hay democracia que sobreviva a largo plazo con una situación de polarización sostenida en el tiempo”, evalúa.

“Lo que queda claro acá es que no se puede seguir pensando el país de manera centralizada. Lima, el resto. Bogotá, el resto. Hay que tener en cuenta que asistimos a una enorme pluralidad”, finaliza Pereira.

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